Esta ronda de operaciones de la Reserva Federal, en apariencia, es una "gestión de reservas y compras", pero en el fondo sigue siendo el mismo viejo guion: invertir cientos de miles de millones de dólares cada mes para estimular el mercado. Pero los números hablan por sí mismos: después de la crisis financiera de 2008, tomó 6 años expandir el balance a 4 billones de dólares; en 2020, con la misma escala, solo se tardó medio año en lograrlo. Esta velocidad de impresión de dinero no tiene precedentes en la historia, lo que resulta alarmante.

El problema es que esta vez el mercado no ha comprado esa narrativa. Más que celebrar, todo el mercado está impregnado de una profunda duda: ¿puede la política monetaria flexible sostener los precios de los activos?

Se presentan peligros aún más profundos. La base del sistema del dólar estadounidense está temblando, lo cual se refleja en tres aspectos: la independencia de la política monetaria está siendo erosionada por la presión política constante, los conflictos comerciales siguen afectando los fundamentos económicos, y el tamaño de la deuda ha llegado a un punto crítico. ¿Cuánto tiempo podrá mantener la Reserva Federal su credibilidad? ¿Cuánta confianza queda en el dólar en los mercados internacionales? Todo esto se ha convertido en una incógnita.

Las políticas arancelarias se están intensificando, la rentabilidad de las empresas se ve comprimida y el déficit comercial crece como una bola de nieve. Lo que resulta aún más preocupante es el problema de la deuda: el gobierno sigue emitiendo nuevas deudas para pagar las antiguas, y nadie sabe cuánto tiempo podrá durar este juego. La carta del dólar, en realidad, está demasiado cargada.

En este contexto, los activos criptográficos, como otra forma de reserva de valor y medio de intercambio, están ganando atractivo. Tanto los inversores tradicionales como los traders están reevaluando la lógica de la asignación de activos.