Un fenómeno interesante que vale la pena analizar: la actitud de los diferentes países hacia las stablecoins ha sido de vaivén.

Al principio, otros países consideraban las stablecoins como una amenaza al dólar y pedían que se detuviera su desarrollo. Sin embargo, Estados Unidos en cambio no se apresuró ni se mostró nervioso, y finalmente decidió abrazarlas con generosidad. Cuando Estados Unidos realmente entró en el juego, esos países comenzaron a decir que las stablecoins de EE. UU. amenazaban el orden financiero global.

Lo irónico es que Bitcoin, que inicialmente se promocionó como una herramienta para contrarrestar la hegemonía del dólar, ahora está siendo adoptado directamente por instituciones y funcionarios estadounidenses, con miles de millones en dinero real invirtiendo en ello, y además diciendo que el dólar tiene problemas y que eventualmente desaparecerá. Como puedes ver, los problemas que inicialmente se señalaron, al final, los han aprovechado los propios adversarios.

La verdadera peligrosidad de un país no radica en cuán grande es su poder, sino en su capacidad de adaptarse. Sin importar qué estrategias utilicen sus oponentes, simplemente se colocan en su territorio, se dan la vuelta y cambian las reglas del juego junto con ellos. La capacidad de absorción y transformación del sistema estadounidense explica por qué este país sigue liderando.

Y mirando la situación de la emisión excesiva de dinero a nivel global —esto no es un problema exclusivo de EE. UU., sino que en todo el mundo se está imprimiendo dinero—, las stablecoins no solo sirven para diluir la deuda, sino que son una herramienta de liquidación más eficiente. Su valor quizás radica en esto: dentro del marco del sistema financiero actual, ofrecen un medio de intercambio más conveniente y neutral.

Desde Bitcoin hasta Ethereum y protocolos de staking líquido como Lido, estas innovaciones se están integrando gradualmente en el ecosistema financiero mainstream, y lejos de ser una amenaza para el orden establecido, parecen más bien una colaboración entre tecnología y finanzas que se complementan mutuamente.